jueves, 29 de enero de 2009

LOS MILAGROS DE DOM GENARO

Los Milagros de Dom Genaro Manos Largas

El Monasterio de Llanura Perdida guardaba la frontera entre España y Portugal.
Allá por los albores del S.XVIII, estaba regido por el Abad Mitrado Dom Genaro Manos Largas, apodo popular, pues en el mundo se llamaba Don Fernando de Antequera y Murcia y en Religión Dom Genaro de la Pureza de Santa María Magdalena. Apodo místico y profético, pues era conocido por sus numerosos milagros, tanto presenciales como a distancia, siempre dudosos e interesados. Evidentemente, éstos eran los más celebrados y en particular “las ayudas a concepciones difíciles”.
El Regidor de aquellos pagos, D. Celedonio Vicioso del Gineceo, conocido por su gusto por los deleites carnales, mujeriego de profesión y putañero de afición, tenía por esposa una mujer guapísima, buena moza, lo que hoy llamaríamos “una real hembra”; ilustrada y de familia muy rica, llamada D.ª Matilde de Aragón y Vigo.
El matrimonio Celedonio – Matilde no tenía descendencia. En el pueblo se decía que, D. Celedonio llegaba a su hogar tan cansado y gastado, que no era capaz de atender, como merecía, a su santa esposa, que como tal era considerada, pues en otros foros se afirmaba que D.ª Matilde no permitía al Regidor acercársele tras sus correrías, y como siempre estaba en ellas...
El Regidor no se cansaba de lamentarse y llorar por la ausencia de un heredero, su esposa callaba.
Temerosas las buenas y piadosas almas del lugar que la señora del Regidor se quedara improductiva, organizaron rogativas, procesiones, misas y rosarios
En vano, D.ª Matilde no concebía y no tenía más relación con varón que algún entretenimiento con Dom Genaro, su director espiritual y confesor, y esto no propiciaba, precisamente, sus embarazos.
Propusieron las matronas locales una estancia de D.ª Matilde en la hospedería del Monasterio, para ver si en su proximidad y con su influencia, llegaba a concebir, pues sería la alegría del Regidor y de toda la población.
Instalada la señora en la Hospedería, le asignaron una estancia con doble habitación y comunicada directamente con el Monasterio por la Iglesia, a través de la sacristía.
Fray Cándido, joven piadoso y culto religioso, de buen corazón y mejor ver, era el encargado de la sacristía y de las atenciones a D.ª Matilde y de D.ª Matilde. El buen fraile, conocedor de los misterios de la vida, se propuso instruir a su pupila en la ciencia de las relaciones interpersonales y otras.
No se sabe cómo, llegó a oídos del Abad la cátedra de Fray Cándido y Dom Genaro, celoso de su sacristán, se propuso asistir a ella y por ser Él el Abad, insistió en dirigirla. Tanto empeño ponían que, ahora, era doña Matilde la cansada y gastada, de manera que, cuando D. Celedonio se acercaba para cumplir con sus deberes maritales, ambos estaba agotados.
Y acaeció que el Abad y el fraile se enfrentaron por razón del contenido de la cátedra, con tal mala fortuna que, compitiendo ambos, el joven fraile, más animoso y fogoso que su superior, sufrió un infarto en el ejercicio de sus prácticas, falleciendo poco después.
El buen Abad, repuesto del susto, apenas consiguió, ayudado por D.ª Matilde, vestir y colocar a Fray Cándido en piadosa actitud orante.
El médico de la Abadía certificó el óbito del sacristán en el cumplimiento de sus obligaciones monásticas y, al mismo tiempo, el embarazo de D.ª Matilde, por la intercesión del Monasterio, de su Abad y de Fray Cándido en particular.
Pocos días después, en el funeral celebrado por el alma de Fray Cándido, el Abad gastó lo mejor de su oratoria en ensalzar la virtud del difunto, que fue capaz de ofrecer su vida a cambio de un embarazo en D.ª Matilde y un heredero para Don. Celedonio. El Señor se había cobrado una vida a cambio de otra.
Dom Genaro de la Pureza de Santa María Magdalena, a pesar de haber necesitado la proximidad de D.ª Matilde y la vida de su sacristán, aumentó considerablemente su fama e influencia y el Regidor, emocionado y radiante, colmó la Abadía con nuevos territorios y los impuestos de otros muchos.

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