sábado, 13 de diciembre de 2008

La camisa del hombre feliz

En cierto país, hace muchos años, vivió un señor inmensamente rico y poderoso. Tenía cuanto podía desear, pero se sentía tremendamente desgraciado.
Los médicos y curanderos más famosos le recetaron muchos remedios y soluciones. Todo resultó inútil.
Sus amigos quisieron encontrar la curación de sus males. Hicieron todo lo que pudieron para conseguir lo y no lo lograron.
Finalmente se ofrecieron recompensas a quien lograse curarlo; aparecieron curanderos de todos los rincones del mundo y todos fracasaron.
Cuando todos, familiares, amigos y demás interesados habían perdido la esperanza de conseguir sanar al señor, apareció un pescador de un pueblo remoto y perdido a orillas de un río que nadie conocía. Afirmó haber escuchado a un viajero narrar una historia muy curiosa: en un pueblecito sito entre las montañas, al pié del Himalaya, vivía un ermitaño capaz de devolverle la felicidad a quien se encontrase privado de ella.
Tan desesperado se encontraba nuestro hombre que arregló sus asuntos y marchó en busca de aquel buen ermitaño. Gastó enormes sumas de dinero, pasó desdichas y penalidades y finalmente encontró a quien solucionaría su desdicha.
El ermitaño, un hombre huraño, no quería hablar con la gente, ni dar información alguna. Nuestro desdichado viajero buscó cuantas recomendaciones encontró y pudo utilizar. El ermitaño no accedía a hablar con él.
Después de algún tiempo el ermitaño, por medio de un recomendado, le envió el siguiente mensaje: “ponte la camisa del hombre feliz y recuperarás la felicidad”.
Y, ¿dónde se encuentra el “hombre feliz”?, pensó nuestro personaje.
A pesar de todo, marchó pesaroso y a la vez esperanzado, en busca del hombre feliz.
Nuevas desdichas y penalidades, nuevas e ingentes cantidades de dinero gastadas. Cuando nuestro hombre ya desesperado y al borde de la ruina, llegó a un solitario pueblo en medio de las llanuras del centro de China donde oyó hablar de un hombre que decían era feliz. Lo buscó y se halló ante un anciano muy mayor, con una enorme barba blanca que le cubría hasta la cintura, se postró a sus pies, imploró su ayuda, le ofreció todo lo que le quedaba, rogando le prestara su camisa. Nuestro anciano sonrió, levantó su barba y ...”el hombre feliz no tenía camisa”.

COMENTARIO DE SERGIO LAIRLA
Agradezco tu penitencia y ...que Atenea te perdone.
Efectivamente, el cuento que versionas es un cuento precioso (atribuido a León Tolstói) que ha sido versionado y contado de innumerables formas. Tu versión me gusta; me gusta el tono que has elegido para narrarlo y los dos personajes que incorporas: el ermitaño (que no tiene la respuesta directa) y el anciano, bajo cuya barba esconde su secreto, que no es otro que su propia desnudez: símbolo de la inocencia.
Se puede contar una historia sin, sin más, y se la puede revestir con la simbología apropiada. De eso trataremos en la próxima sesión.


2 comentarios:

PHAROS dijo...

yo quiero ser ese hombre feliz que no tenia camisa.besos,
mapi

Begoña Iranzo dijo...

Es una adaptación muy bonita, realmente el hombre que quiera ser feliz solo lo conseguira si es capaz de despojarse de todo aquello que le esclaviza. Y no es facil.
Me encanta.
Begoña Iranzo