LA PEPONA
Cosas de mujeres
Desde muy niño y hasta hace pocos años tuve una memoria gráfica bastante viva, aunque ahora sea poco precisa. Los recuerdos que expongo se remontan a los primeros años de mi vida; de hecho, esta historia se inicia cuando tenía apenas cuatro años.
Padecía, ya, de fuertes jaquecas, eran tiempos de la posguerra, con su autarquía y sus inherentes carencias. los analgésicos escaseaban y su eficacia dejaba bastante que desear. Para suplirlo, mi madre preparaba un barreño de infusión de manzanilla, yo metía en él los pies y me cubría con una manta. Los efluvios tranquilizadores de la infusión conseguían relajarme, y poco a poco entraba en un sopor que me permitía recuperar el sueño, la tranquilidad y el descanso.
Una noche, en medio de una fuerte jaqueca, llamé a mi madre una y otra vez, con insistencia, y ella no vino. Finalmente, cuando por el dolor, la angustia de verme abandonado, la excitación y el cabreo, estaba al borde de la desesperación, apareció mi padre, que, en vano, trató de relajarme. Después de explicarme que mi madre no podía venir, que no se encontraba bien y ante mi insistencia por conocer qué le pasaba, me dijo, como una razón mágica: “cosas de mujeres”.¡Qué leches podía imaginar a mis casi 4 años que era eso de cosas de mujeres!. Además, a esa edad, los gestos grabados en nuestra mente son más eficaces que las palabras nuevas, sean de la calidad que sean, y en aquellos instantes, mi jaqueca necesitaba del barreño y su parafernalia para desaparecer.
El buen hombre hizo lo que pudo, aunque consiguió mitigar la angustia, mi dolor de cabeza seguía y golpeaba mis sienes como si éstas quisieran explotar. ¿Cómo expresar mis sentimientos de agradecimiento y devoción hacia mi padre por su comportamiento aquella noche?
El cariño que, recuerdo, me mostró en aquellos momentos, todavía hoy me hacen sonrojar y asomar algunas lágrimas
Después de un buen rato, cuyos sufrimientos, sensación de abandono y no saber a qué pared arrimarme no olvidaré jamás, reapareció mi padre todo sonriente y mirándome, a modo de excusa, nos enseñó una hermosa niña que llevaba en sus brazos .diciéndonos: Hemos tenido una niña.
¡A mí qué me importaba; mi interés se centraba en el barreño y en los baños de pies que me quitarían la jaqueca. No sé cómo se las apañó mi padre, y tampoco recuerdo cómo terminé yo la noche.
La nena, sí, era preciosa, como aquellas muñecas peponas que había visto en los escaparates de las tiendas de juguetes; caritas redondas, largas y negras pestañas, ojos redondos y muy abiertos, mofletudas y un rebol en cada una de sus mejillas. Estas peculiaridades las mantuvo hasta bien entrada en la adolescencia.
Nosotros ya éramos tres hermanos, todos chicos. Una niña representaba una novedad, pero era una cría y no nos hizo ninguna gracia, aunque fuese aceptada, sin más.
Pasaron algunos años durante los cuales, cada vez que mi madre o alguna tía, la criada o la niñera estaba indispuesta, si preguntabas por su dolencia y te contestaban: cosas de mujeres, yo siempre esperaba ver aparecer a alguien con una pepona en los brazos. Cuando ya supe de las indisposiciones femeninas, olvidé el asunto. Nunca me gustó que los adultos, para referirse a las periódicas indisposiciones femeninas usasen la expresión de “cosas de mujeres”.
Muchos años después mi hermana se casó y su tercer hijo resultó ser una niña; lo primero que me vino a la mente, al verla al día siguiente de su nacimiento, fue: “cosas de mujeres”, una pepona
Cuando mi sobrina, ya crecida, tuvo su segunda hija, coincidió que nos encontrábamos en su ciudad y fuimos a visitarlas a la clínica. La historia se repite y en mi mente aparece: “cosas de mujeres” una pepona.
Efectivamente, mi sobrina nieta, como su madre y su abuela representaban la famosa muñeca cuyo nombre no podía ser otro que: UNA PEPONA “COSAS DE MUJERES”
Cosas de mujeres
Desde muy niño y hasta hace pocos años tuve una memoria gráfica bastante viva, aunque ahora sea poco precisa. Los recuerdos que expongo se remontan a los primeros años de mi vida; de hecho, esta historia se inicia cuando tenía apenas cuatro años.
Padecía, ya, de fuertes jaquecas, eran tiempos de la posguerra, con su autarquía y sus inherentes carencias. los analgésicos escaseaban y su eficacia dejaba bastante que desear. Para suplirlo, mi madre preparaba un barreño de infusión de manzanilla, yo metía en él los pies y me cubría con una manta. Los efluvios tranquilizadores de la infusión conseguían relajarme, y poco a poco entraba en un sopor que me permitía recuperar el sueño, la tranquilidad y el descanso.
Una noche, en medio de una fuerte jaqueca, llamé a mi madre una y otra vez, con insistencia, y ella no vino. Finalmente, cuando por el dolor, la angustia de verme abandonado, la excitación y el cabreo, estaba al borde de la desesperación, apareció mi padre, que, en vano, trató de relajarme. Después de explicarme que mi madre no podía venir, que no se encontraba bien y ante mi insistencia por conocer qué le pasaba, me dijo, como una razón mágica: “cosas de mujeres”.¡Qué leches podía imaginar a mis casi 4 años que era eso de cosas de mujeres!. Además, a esa edad, los gestos grabados en nuestra mente son más eficaces que las palabras nuevas, sean de la calidad que sean, y en aquellos instantes, mi jaqueca necesitaba del barreño y su parafernalia para desaparecer.
El buen hombre hizo lo que pudo, aunque consiguió mitigar la angustia, mi dolor de cabeza seguía y golpeaba mis sienes como si éstas quisieran explotar. ¿Cómo expresar mis sentimientos de agradecimiento y devoción hacia mi padre por su comportamiento aquella noche?
El cariño que, recuerdo, me mostró en aquellos momentos, todavía hoy me hacen sonrojar y asomar algunas lágrimas
Después de un buen rato, cuyos sufrimientos, sensación de abandono y no saber a qué pared arrimarme no olvidaré jamás, reapareció mi padre todo sonriente y mirándome, a modo de excusa, nos enseñó una hermosa niña que llevaba en sus brazos .diciéndonos: Hemos tenido una niña.
¡A mí qué me importaba; mi interés se centraba en el barreño y en los baños de pies que me quitarían la jaqueca. No sé cómo se las apañó mi padre, y tampoco recuerdo cómo terminé yo la noche.
La nena, sí, era preciosa, como aquellas muñecas peponas que había visto en los escaparates de las tiendas de juguetes; caritas redondas, largas y negras pestañas, ojos redondos y muy abiertos, mofletudas y un rebol en cada una de sus mejillas. Estas peculiaridades las mantuvo hasta bien entrada en la adolescencia.
Nosotros ya éramos tres hermanos, todos chicos. Una niña representaba una novedad, pero era una cría y no nos hizo ninguna gracia, aunque fuese aceptada, sin más.
Pasaron algunos años durante los cuales, cada vez que mi madre o alguna tía, la criada o la niñera estaba indispuesta, si preguntabas por su dolencia y te contestaban: cosas de mujeres, yo siempre esperaba ver aparecer a alguien con una pepona en los brazos. Cuando ya supe de las indisposiciones femeninas, olvidé el asunto. Nunca me gustó que los adultos, para referirse a las periódicas indisposiciones femeninas usasen la expresión de “cosas de mujeres”.
Muchos años después mi hermana se casó y su tercer hijo resultó ser una niña; lo primero que me vino a la mente, al verla al día siguiente de su nacimiento, fue: “cosas de mujeres”, una pepona
Cuando mi sobrina, ya crecida, tuvo su segunda hija, coincidió que nos encontrábamos en su ciudad y fuimos a visitarlas a la clínica. La historia se repite y en mi mente aparece: “cosas de mujeres” una pepona.
Efectivamente, mi sobrina nieta, como su madre y su abuela representaban la famosa muñeca cuyo nombre no podía ser otro que: UNA PEPONA “COSAS DE MUJERES”
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